sábado, 10 de marzo de 2012

El país maravilloso de La Cámpora

Todos habrán leído en los diarios la oportuna instrucción de La Cámpora a sus militantes para que ignoren por completo el libro de la periodista Laura Di Marco sobre esa agrupación, que salió esta semana. La orden fue muy clara: no hay que hacer ninguna referencia al libro, ninguna mención en las redes sociales, ninguna crítica, para no contribuir a su promoción. Es decir, para La Cámpora, La Cámpora no existe. Bien hecho.

Digo que fue una instrucción oportuna porque me llegó cuando estaba a punto de salir a comprarlo. Moría por ver si yo aparecía en alguna línea o al menos en un pie de página. Mi militancia allí es de tercera o cuarta línea, por no reunir los requisitos: no soy joven, no vivo en Puerto Madero, no ocupo un cargo público, no soy director por el Estado en ninguna empresa privada, no me sobra la plata, no tengo costumbres extrañas. Soy de una vulgaridad espantosa y, por lo tanto, indigno de un movimiento que en política es lo más fashion que he visto: ¡cobran fortunas por hacer la revolución!

De todos modos, les resultó atractivo mi perfil de columnista recontra K en el diario de Mitre y me aceptaron, aunque sin voz ni voto. "Lo único que necesitamos de vos es que escuches lo que te decimos y acates, ¿Ok?" Acepté, porque una de mis mayores aspiraciones en la vida era recibir órdenes de Máximo Kirchner, un tipo excepcional, único, que dirige medio país sin haberse preparado, que sabe de todo sin haber estudiado, que es millonario sin haber trabajado. Un grande. Dicen que le están enseñando a hablar en público. Sólo le falta aprender a sonreír y será perfecto.

Durante meses, mi condición de kelper de La Cámpora hacía que pocos me tuvieran en cuenta. Además, eran los tiempos en que las cosas en el país estaban funcionando muy bien. Pero cuando empezaron a complicarse, nuestra agrupación fue llamada por la Presidenta a asumir el control de los asuntos más importantes del Estado -en primer lugar, del relato-, y allí se acordaron de mí. Desde entonces, todas las semanas me llama una suerte de comisario político y me baja línea. Es un intercambio muy ordenado: las órdenes siempre las da él. Y muy rico: me vive haciendo puré.

Este miércoles, el comisario estaba especialmente duro. "Che, ni una palabra sobre los llantos de la señora. Está llorando en todos los discursos y eso podría dar a pensar que anímicamente está quebrada." Ok, dije. "Che, Boudou por ahora no es tema. Ni bueno ni malo. No es tema. Le dijimos que saliera a dar una explicación de lo de Ciccone y cada vez se entierra más." Ok. "Che, dale aire a la misión de Moreno en Angola. No hables de los empresarios que lo acompañaron, porque a la mayoría no los conocen ni en su casa, pero sí de Moreno y de Angola. Angola es el futuro. En estos momentos hay renuncias masivas de secretarios de Comercio en todo el mundo por no habérseles ocurrido ir a Angola." Ok.

Siguió la instrucción. "Che, olvidate lo que dijo la señora de los maestros, eso de que trabajan cuatro horas y tienen tres meses de vacaciones. La pifió mal. Fue un horror." Le propuse que retocáramos la frase. Algo así como: "Queremos que los maestros trabajen cuatro horas y tengan tres meses de vacaciones, para que estén descansados y con todas las pilas a la hora de educar a nuestros hijos". Me trató de idiota y cambió de tema. "Che, duro con Lorenzetti. Hay que sacarle las ganas de discursear. Contá que vive hablando con Cristina, que en privado es una seda y que en realidad está poniendo fichas para algún día saltar a la política. También podés contar que bastó un llamadito al día siguiente de su discurso para que saliera a desmentir lo que había dicho." Ok. "Che, no hables de las reservas del Banco Central. Da la impresión de que se nos acabó la nafta y estamos usando el tanque de reserva. Decí que es la plata del pueblo y que se la sacamos a los bancos para que vuelva al pueblo." Ok.

"Che [a esta altura yo ya no sabía si era una bajada de línea o una catarsis], aflojemos con lo de Once. Al final, ¿qué pretende la gente, viajar pagando una miseria y que además los trenes no choquen?" Ok. "Che, que en tu diario no publiquen más fotos de colas para la tarjeta SUBE. Y paren con la inflación, como si 25% fuera tan terrible. Basta de darle manija a la inseguridad: inseguridad sólo hay en la provincia de Buenos Aires. Córtenla con que muchas industrias están paradas por falta de insumos importados. No insistan con la crisis energética. Dejen de decir que este año el crecimiento va a ser insignificante. ¡Y no quiero volver a leer nada sobre la caída de la señora en las encuestas!"

Dije Ok una vez más, pero me animé a preguntarle a mi comisario. "Entendido. Ahora, ¿de qué puedo hablar, entonces?" La respuesta fue inmediata. "Ya te dije: ocupate de Moreno, que es nuestro ministro de Economía, nuestro canciller, nuestro jefe de Gabinete; de Schiavi, al que primero echamos y después despedimos con aplausos, elogios y agradecimientos; de De Vido, que pidió contabilizar también la gente que no se muere; de Roger Waters: contá que la señora lo invitó a la Casa Rosada ¡y lo hizo esperar 45 minutos! Que aprenda ese inglesito que vino a llevarse los dólares que tanto cuida Moreno."

Tiene razón. Hay buenas noticias por todos lados. Sólo se trata de saber leer la realidad. Desde el balcón privilegiado de La Cámpora, me asomo al país, lo miro y concluyo: qué bien lo estamos dejando.


Por Carlos M. Reymundo Roberts.

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