Lenin, como millones de camaradas y compañeros de ruta, creyeron que promovían una sociedad mejor, pero el resultado de sus ideas y acciones fue el primer Estado totalitario del mundo.
El modelo fue imitado por Mussolini y por Hitler aunque modificado de acuerdo a las particularidades históricas de cada país. Fue un fracaso estrepitoso como lo demostró la implosión del último imperialismo: la URSS.
Gracias a EEUU, país que ganó las dos guerras mundiales, Occidente es democrático y defiende los derechos civiles que hubieran sido conculcados si los países totalitarios hubiesen ganado la guerra.
El totalitarismo y las dictaduras están siendo rechazados en todo el mundo ante el efecto de demostración del mundo occidental. Salvo en algunos pocos países la libertad flamea como bandera. Aunque no se respeten al pie de la letra los principios democráticos, se considera improbable el regreso a regímenes totalitarios.
Pero, la social democracia, con sus cantos de sirena todavía seduce en muchos países. El resultado no es halagüeño. Las trabas a la economía capitalista producen problemas que lesionan no solo la economía sino también al sistema político al que irreversiblemente está unida.
El socialismo marxista se ha retirado casi completamente –salvo en Cuba- de Occidente y ha dejado un socialismo sui generis más parecido al socialismo utópico o a la doctrina social de la Iglesia.
En mayor o en menor medida este jarabe marxista diluido, sigue infectando al mundo occidental con sus nefastas consecuencias.
Argentina después del intento de la década del 90 -denostado creo que injustamente en su totalidad por muchos intelectuales y políticos argentinos- está cayendo, no sabemos con claridad sí, porque tenemos esas ideas o porque los Kirchner las han impuesto -lo sabremos en las próximas elecciones- en el agujero negro que el presidente de Venezuela llama Socialismo del Siglo XXI. Aunque con algunas diferencias el modelo es el mismo.
Es una mezcla vaga de socialismo y nacionalismo que está teniendo similares consecuencias: atraso político y económico.
No se puede escapar de la división del trabajo, la propiedad privada, la competencia, el precio que surge del mercado, de la escasez y la desigualdad social como pretenden los gobernantes en general populistas que siguen empeñados en realizaciones imposibles.
Ni aunque tuvieran las mejores intenciones pueden mejorar la calidad de vida de la gente con recetas que dejen de lado lo anteriormente mencionado y que llevan a la frustración porque chocan con la realidad.
El sueño de la igualdad es irrealizable solo podemos aspirar a ser iguales ante la ley y muchas veces, como lo observamos en nuestro país, con imperfecciones.
En los países del llamado primer mundo la desigualdad entre pobres y ricos es cada vez más grande porque hay, gracias a la ciencia y a la tecnología moderna, acumulación enorme de riqueza. Sin embargo, los llamados pobres son también mucho más ricos que antes.
Estamos en un mundo en el que debemos enfrentar problemas y desafíos inéditos naturales y sociales como son los derivados justamente del progreso de la tecnología además, de los que se originan del choque de culturas como lo estamos viendo en la actualidad. Pero, estamos mucho más preparados que siglos atrás para enfrentarlos.
No podemos seguir viviendo en el molde del estado-nación, sin pluralidad política y cultural y sin una ética universalista que permitan mejorar el camino hacia el cual va un mundo de mercados mundializados con interacciones o relaciones sociales de la humanidad en su conjunto.
Estamos -no es creación de nadie en particular sino producto de las interrelaciones humanas- en un proceso abierto e impredecible pero, de lo que podemos estar seguros, es de que le irá mejor a los países que logren adaptarse mejor a los nuevos desafíos y cambios que la realidad les ofrece.
Es de esperar, para el bien de la sociedad mundial, que los valores occidentales se desparramen por el mundo. Ellos dieron origen a la sociedad moderna y su cultura donde la actividad científica fue institucionalizada, surgió el sistema capitalista que permitió el consumo, el arte, y la recreación como elementos masivos.
Deberían recordar los que despotrican contra Occidente que el progreso no es inexorable ni su desarrollo es el mismo en las diferentes estructuras sociales.
Hay una resistencia enorme y muy marcada en la intelectualidad occidental a la sociedad de alta complejidad. Lo demuestran los intentos utópicos de volver a un pasado que se inventa como glorioso. Lo hacen viviendo en este mundo donde la secularización, el saber en general, la innovación, el nivel de vida, la permeabilidad a los beneficios de otras culturas, entre otras características, han permitido programas políticos y económicos mas racionales -sin endiosar a la razón sino pretendiendo se le den datos congruentes con la realidad- de acuerdo a sus increíbles resultados.
Se olvidan que gracias a la mentalidad moderna -basada en la crítica y la autocrítica- pueden expresarse con libertad. No es malo entonces criticar sino dejar de lado las exigencias de la realidad y su adecuación a ella.
La historia de Occidente nos muestra que ese largo y dificultoso proceso llevó a la sociedad actual a gozar de posibilidades materiales y espirituales increíblemente mayores.
Donde el liberalismo asentó su pié, la libertad le permitió a las personas elegir su realización personal, dentro de un marco normativo que protege a todos por igual, las liberó de la colectividad y de un poder político absoluto permitiendo, de allí en más, bien o mal, participar en las decisiones políticas.
La garantía a los derechos civiles sobre todo a la propiedad privada -que comienza con el descubrimiento de la propia persona-disminuyó la arbitrariedad y limitó el poder de los que gobiernan.
La Constitución, otro regalo de Occidente creo los principios que pretenden evitar el abuso del poder tanto de la minoría como de la mayoría.
Es evidente, sin embargo, que no ha bastado para evitar las arbitrariedades como se observa claramente en países como Venezuela, Argentina, y Bolivia, entre otros.
Quienes allí gobiernan especulan con el miedo que parte de la sociedad tiene a la responsabilidad de encarar su propia vida sin la boa constrictora de los lazos comunitarios. No es fácil aceptar la libertad propia y la de los demás, ni pagar los costos que apareja poder decidir el propio destino.
Autora: Elena Valero Narváez (Autora de “El Crepúsculo Argentino. Lumiere. 2006).
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