martes, 14 de febrero de 2012

Tras un manto de neblina, ella, la Presidenta. (*)

Ay, señora, señora, volví a caer en la tentación. Lucho y caigo, lucho y caigo. Caigo en la tentación irresistible de hablar de Usted. Entiendo perfectamente que sea el centro de nuestro sistema solar, un imán al que se va y se vuelve una y mil veces, pero me gustaría ocuparme también de otros astros. Por ejemplo, de Moreno, al que le debemos tanto; de Boudou, que nos debe tanto; de La Cámpora, cuyos jefes están ganando tanto. Tanto prestigio. Pero no lo consigo. Usted, nuestro Sol, me abrasa con el calor de sus palabras y sus acciones, y yo vuelvo a rendirme y a dedicarle mi columna.

Me da la impresión, además, de que es lo que la gente está esperando. Me lo dicen siempre en la calle: "Vos que la conocés, vos que la tratás, hablanos más de ella, hablanos todo el tiempo de ella. Contanos cómo es cuando no está frente a un micrófono. Contanos si es cierto que es tan genia que apenas necesita trabajar cuatro o cinco horas por día, y el resto se la pasa caminando en la cinta, maquillándose, eligiendo el vestuario y leyendo los diarios".

Pese a ese clamor, esta semana pensaba hablar de otras cosas; de la gran idea de repartir la tarjeta SUBE a las apuradas, con 9 horas de colas bajo un calor de 40° y cuando medio país está de vacaciones (siempre sospeché que Schiavi, el secretario de Transporte, seguía trabajando para Macri); pensaba destruir a Moyano (nunca le vamos a perdonar que haya ido al programa de Morales Solá); pensaba destruir a Scioli (nunca le vamos a perdonar que se haya reunido con Moyano); pensaba hablar maravillas de Mariotto (nunca vamos a terminar de agradecerle todo lo que está haciendo para destruir a Scioli); pensaba todo eso, hasta que Usted nos regaló otro acto en la Casa Rosada, otros anuncios, otro discurso memorable.

Señora, qué bien se lo pensó. Harta de que la aplaudan los aplaudidores de siempre, esta vez se hizo aplaudir también por la oposición. Fue muy oportuno destacar en el mensaje que la presencia de tan amplio abanico de partidos hablaba de una política de Estado en el tema Malvinas. Claro que sí. Una verdadera política de Estado, de la que los dirigentes opositores, sentaditos allí en primera fila, se estaban enterando en ese momento.

Estoy seguro de que no hacía falta anticiparles nada. Casi todos ellos, orgullosos con la invitación, fueron a la Casa Rosada convencidos de que el discurso tenía que gustarles, y por suerte les gustó. Qué habilidad, señora, para llevar siempre la delantera, para poner las reglas de juego, para aparecer Usted grande y ellos, chiquitos.

Otro acierto fue presentar la desclasificación del Informe Rattenbach con tanta pompa y circunstancia: pienso que en medio del barullo pocos se dieron cuenta de que en realidad estábamos dando marcha atrás, porque no se revelará todo, como había prometido, sino sólo lo que una comisión permita revelar. Cristina, si existiera el Premio Nobel del Relato, Usted vengaría la memoria de Borges.

Me gustó, además, el armado del acto, toda la escenografía, su actuación. Me gustó que fuera presentada como "la Presidenta de 40 millones de argentinos", porque fue una forma sutil de intimidar a los ingleses, de advertirles: ojo que en esto estamos todos juntos. La única picardía es que somos 40 millones según el censo del Indec, y entonces los ingleses van a pensar que en realidad somos muchos menos.

Si la ceremonia tuvo tanto fervor se debió, creo, a los chicos de La Cámpora, siempre dispuestos a festejar todo, a aplaudir todo. Algunos criticaron que se hubiera optado por ellos y no por los ex combatientes que se quedaron afuera, en la plaza. A mí que me perdonen, pero los camporistas también son combatientes: hay que ver cómo luchan cada día para tener más cargos, más poder, más influencia. Muchos departamentos de Puerto Madero se han convertido en trincheras desde las cuales estos chicos combaten para imponer sus ideas y convicciones.

En cambio, con otros aspectos del acto no estuve tan de acuerdo. Por ejemplo, no sé si resultó la mejor idea que el único anuncio para los veteranos de la guerra fuera decirles que estábamos preocupados por su salud mental. Tampoco me pareció de buen gusto haber entregado largavistas a los invitados para que pudieran encontrar al canciller Timerman.

Por supuesto, son cuestiones menores. Todo eso es nada frente a un mensaje entrañable y erudito en el que Usted, señora, nos habló de geografía, zoología, diplomacia, historia, fútbol y, sureña al fin, del vuelo de los pájaros en los confines del país.

Nos recordó, además, la grotesca farsa montada por la banda de dictadores y genocidas para justificar una guerra inexplicable. Me encantó ese tramo del discurso: dejó en claro que ustedes rechazaron siempre tamaña locura. La publicación al día siguiente en Clarín de la foto en la que se ve a Néstor en una brigada de Río Gallegos, en abril de 1982, junto a militares en un acto por las Malvinas, no empaña nada. Todos estamos seguros de que después, en la intimidad del cuartel, El les hizo saber a los milicos lo contrariado que estaba.

Cristina, gracias. Gracias otra vez por mostrarnos la luz tras un manto de neblina.





    

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