domingo, 5 de febrero de 2012

La virtud peronista de la obsecuencia. (*)

En el atril, la Presidente, y en la sala, una singular platea de ministros, colaboradores y políticos oficialistas cuya exclusiva tarea es sonreír y aplaudir a la señora. El espectáculo es digno de verse. Sólo el peronismo ha logrado la hazaña cultural de transformar a la obsecuencia y la alcahuetería en solemnes virtudes políticas.

Se dice que cuando a Arturo Illia le pedían que usara la cadena nacional para dar a conocer sus puntos de vista, recordaba que siendo muchacho había viajado a Europa para perfeccionarse en su profesión y allí había conocido la propaganda de los regímenes fascistas, la propaganda del balcón y de la radio. Illia no quería verse reflejado en ese espejo y así como la única vez que recurrió a los fondos reservados fue para pagarle el viaje a París a un grupo de teatro independiente que había ganado una beca, a la cadena nacional la usó una sola vez durante su presidencia.

Esa lección republicana, al actual oficialismo no le dice absolutamente nada o, en todo caso, le provoca una sonrisa irónica con algún comentario vulgar acerca de la tontería de los políticos de antes.

La sonrisa irónica se transformaría en ruidosa carcajada burlona si se enteraran de que alguna vez Illia sostuvo que había que desconfiar de una democracia donde el presidente dice lo que se le antoja o se cree el personaje más importante del país.

¿Cómo se puede decir semejante estupidez? ¿Cómo se puede creer en semejante estupidez?

Como dijera alguna vez Menem con su avasallante realismo: "Quiero ser Presidente para ser importante"

La frase la firmarían varios, empezando por "la Viuda del Calafate".

Ser presidente para disponer de poder.

Del poder para darse todos los gustos.

Así se hace. Así se debe hacer.

¿Y los pobres? ¿Y la justicia social?

Como dijera Talleyrand, "Por favor, no me hagan preguntas tontas que no puedo reírme en público".

Los años no han transcurrido en vano.

El balcón del demagogo se mantiene en Venezuela, pero en la Argentina ha sido desplazado por la más modesta cultura del atril.

Lejanos parecen los tiempos en los que Perón, por ejemplo, se lucía en el balcón con Somoza y amistosamente competían entre ellos para ver quién excitaba más con sus palabras a ese objeto de devoción de todos los demagogos de la historia: la masa, la gran masa del pueblo.

Dicho sea al pasar: las fotos de Perón y Somoza son de una belleza conmovedora. Inspiración poética en el más puro sentido de la palabra. Algo parecido podría decirse de las escenas con Trujillo. O de ese instante sublime para la causa latinoamericana y tercermundista, cuando Perón decidió condecorar al general Pinochet con la “ Orden de Mayo ”.

Los tiempos han cambiado y por más fantasías carismáticas que se quieran acariciar, la gran escena pública sólo alcanza para el atril y la sala: en el atril la presidente, y en la sala, una singular platea de ministros, colaboradores y políticos oficialistas cuya exclusiva tarea es sonreír y aplaudir a la señora.

El espectáculo es digno de verse.

La señora practica con absoluto desparpajo lo que se conoce como el ejercicio gratuito de hablar.


(*) Por Rogelio Alaniz.


     

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