lunes, 12 de julio de 2010

La Argentina no es un gran país. (*)

Supongamos que el amor a la patria es sincero, porque hay gente que lo siente. O supongamos que, sin necesidad de ponernos nacionalistas, a uno le pase que adore su ciudad, su provincia, su circunstancia argentina, su ser de aquí, sus costumbres y sus amigos. Está todo bien. Es lindo sentir esas cosas, son partes de una actitud sana en la existencia: querer lo propio, disfrutarlo. De ese amor surgen las fuerzas afirmativas que permiten mejorar las situaciones que queremos mejorar.

Pero ahora viene la pregunta: ¿es necesario sostener a continuación la absurda idea de que la Argentina es un gran país? Veamos los hechos: aun teniendo grandes riquezas naturales no logramos eliminar la pobreza. Hemos crecido, hemos decrecido, hemos mejorado (y lo digo en serio, siendo la principal mejoría el hecho de que no tenemos ya violencia política) y, con todo, una gran parte de nuestros compatriotas continúa padeciendo miseria. No todos los chicos argentinos comen, ni tienen educación, ni tienen adecuados cuidados de salud. No todas las personas argentinas tienen trabajo, o saben trabajar. O quieren trabajar (existen todas las variables). ¿No basta este cuadro, verdadero de toda verdad, para concluir que no somos un gran país?

Los grandes países lo son por su capacidad para los grandes logros. De nada sirve decir que todos los chicos argentinos tienen derecho a la alimentación: hay que lograr darles de comer. Los grandes países lo logran. Su producción es enorme, hay dinero, recursos. Su capacidad de gestión es alta: saben generar planes asistenciales eficaces (contrariamente a lo que podemos creer con inocencia, los grandes países gastan más que nosotros en planes asistenciales y, además, los hacen mejor). Los grandes países, cuando encaran un trabajo social, no ven los objetivos desdibujados por conveniencias políticas o por corrupción, como nos pasa a nosotros. Los grandes países saben limitar la corrupción, el uso de lo público con fines privados. Los grandes países son capaces de desarrollar fuerzas de seguridad más eficaces, porque si bien en todas partes hay delincuentes no en todas se los hace víctimas del sistema y se los quiere liberar del peso opresivo de la represión capitalista (verso campeón entre los versos posibles).

Los grandes países no viven a las puteadas con sus políticos, porque las personas que los conforman, en vez de hacer el truco de quitarse responsabilizad disfrutando del encantador arte de la puteada continua y la meritoria decepción, se meten en los partidos y generan opciones de cambio. Los grandes países no rechazan a sus políticos, tienen mejores políticos. Los grandes países reinventan la política cuando lo sienten necesario, porque las personas que viven en ellos cuando ven aspectos en el gobierno que no les gustan, se meten en el tema para dar la batalla que supone el trabajo de mejorar.

Sí, claro, queda el recurso de la potencia y el sueño. La Argentina es un gran país por las cosas que podría lograr. Pero mientras no las logre, esa presunción es narcisismo barato, nacionalismo berreta. O peor: están los que piensan que la Argentina es un gran país porque hace muchos años vivió un notable momento de desarrollo. Sin embargo, los grandes países no tiran el desarrollo logrado con esfuerzo a la marchanta en una constante fiesta de demagogia y populismo. Los grandes países continúan el trabajo.

Tenemos que asumir el peso de la verdad: el nuestro no es un gran país. Sí, somos bastante inteligentes, lindos, encantadores, cancheros, talentosos… pero no tenemos un gran país. ¿Nos gustaría tenerlo? Muy bien. Es un buen objetivo. Además, alcanzable. Otros lo han logrado, ¿por qué nosotros no vamos a poder hacerlo? Hagamos lo necesario.

Una de las cosas necesarias es lo que propone este artículo: no cultivar un orgullo vacío, simbólico, un amor ideal y confundido. El amor por el país se muestra en trabajos concretos. Esa costumbre nuestra de amar mucho y no hacer nada no es amor, es blablablá. Ese simbolismo confunde, engaña, retrasa. Amar y estar a las puteadas no es amar. No tenemos derecho a vivir rechazando la política, tenemos que entrar en ella y mejorarla. Tenemos que crear un ambiente político en donde la sana competencia por el poder no genere constantes trabas en la gestión sensata. Tenemos que construir una política de creatividad y entendimiento, no una de confrontaciones y divismos, de incapacidades y disgustos constantes. Hay que hacerlo ahora, porque no sólo no somos un gran país, tampoco somos eternos. ¿Alguien quiere ayudar?


(*) Alejandro Rozitchner. Escritor, filósofo y novelista, trabaja como inspirational speaker y es asesor de la Secretaría General del Gobierno de la Ciudad.

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