Una de las especialidades de la casa kirchnerista es el uso y abuso del archivo contra los enemigos del Estado. Cada vez que veo una de esas operaciones en la pantalla oficial, me resuena el viejo refrán de Emerson: "Las coherencias tontas son la obsesión de las mentes ruines". El aparato propagandístico del Gobierno no ha cejado en el empeño de perseguir y exponer con ruindad y obsesión los errores e incoherencias de disidentes con el ánimo de desprestigiarlos. Lo hace en nombre de una implícita coherencia propia de la que por supuesto carece. Pero como el que a hierro mata, a hierro muere, resulta que en la última semana los ex socios de la familia Kirchner utilizaron sus mismas armas (el archivo) contra ella. "Si de memoria hablamos, en este sindicato ninguno de sus dirigentes llamó a Menem para decirle que fue el mejor presidente de la historia", escribió Pablo Moyano en alusión a las alabanzas que el entonces gobernador Néstor Kirchner le prodigaba al riojano.
Simultáneamente, volvió a la luz una foto tomada por José Luis Cabezas en 1996. Durante sus felices vacaciones en Pinamar, el matrimonio posaba junto a Gustavo Beliz. Menem acababa de ganar con el 50 % de los votos y Cristina aseveraba, para explicar el triunfo, que "la transformación económica que se está desarrollando es muy importante". Era la época de oro del menemismo, y los Kirchner permanecían dentro de ese sistema solar. Sólo Chacho Alvarez y sus huestes habían renunciado a la oligarquía justicialista, y aunque con el tiempo los líderes de Santa Cruz irían tomando distancia, lo cierto es que no lo hicieron para unirse a Chacho sino para asociarse política y electoralmente con Domingo Cavallo, padre de la criatura.
Todo esto es historia antigua e irrelevante. E incluso resulta un tanto injusta para con los Kirchner. Que eran peronistas y que adherían a la convertibilidad, un sistema de cambio fijo apreciado de manera unánime por izquierdas y derechas. No tiene nada de malo haber pensado como lo hacía el 80 por ciento de los argentinos: recordemos que ningún candidato podía pronunciarse contra el 1 a 1 sin caer en picada. Nobleza obliga: sólo Hugo Moyano y pocos más combatieron en solitario ese modelo viendo que se amontonaban las víctimas de una política antiindustrial. Duhalde se atrevió al final a ir contra la corriente, y fue destrozado en las urnas. Es una auténtica hipocresía olvidar que la política de endeudamiento externo y de mercadismo extremo tenía amplio consenso social. En todo caso, no sólo los Kirchner fueron culpables. Todos, de algún modo, lo fueron. También la mayoría de los radicales y los progresistas.
Lo que trae a flote una y otra vez este asunto es la posterior demonización del neoliberalismo y la convertibilidad. Esa demonización forma parte de la actual metodología de hostigamiento. Qué curioso: quienes apoyaron la cultura política de aquella década logran hoy condenar con el mote "neoliberal" a cualquiera que los critique. Siempre pensé, por otra parte, que no hay mucha virtud en la inmutabilidad del pensamiento político. Tanto en la política como en la historia, ocurre como en la reflexión del tiempo de Héraclito: cada vez que nos metemos en el río las aguas no son las mismas, ni somos la misma persona. Muchas teorías mundiales se quemaron en la experiencia, y a quien diga que no ha cambiado yo podría decirle que no ha vivido.
Pero es preciso leer las estrategias cristinistas en el contexto de otra frase de la semana. Una que pronunció al pasar la Presidenta en su reaparición: "Siempre se puede manipular, de un lado y del otro. Ojo, yo no vengo aquí a vestirme de santa ni de angelita". Creo que es sincera cuando deja por un segundo el discurso altisonante y abnegado, y reconoce qué verbo se agazapa detrás del sustantivo "relato". El verbo "manipular". Es por eso que el aparato propagandístico tiene orden de manipular los hechos. Porque en la Casa Rosada se cree que los opositores, los diarios independientes, las empresas y la sinarquía internacional son máquinas manipuladoras. Opongamos a su "verdad" -parecen decir entonces- la nuestra: total, "mentira con mentira se paga".
Hay otras frases que anoté en mi libreta esta semana pródiga de verano. Propongo leerlas en el mismo registro de mentira-manipulación-sinceridad. "No entiendo por qué algunos se empecinan en hablar de poskirchnerismo; eso es traición a la patria", dijo Amado Boudou. Luego trató de relativizarla, pero en realidad su deducción es impecable. Kirchnerismo es, para el vicepresidente, "lucha contra las corporaciones". Aseverar que pasó el kirchnerismo sería como decir que terminó esa lucha y eso significaría, por lo tanto, una espantosa abdicación que hundiría a la patria en el abismo. Los peronistas que no piensen así son "traidores". Se trata de una simplificación teatralizadora, pero de una efectividad comunicacional impactante.
Su compañero de juegos, Gabriel Mariotto, autodenominado orgullosamente el "Chirolita" de la Presidenta, estuvo también genial en Adrogué, aunque por las razones opuestas: "Eso de andar comprando, cooptando, billeteando, no tiene nada que ver con nuestro estilo", dijo. Es una frase memorable y parece irónica o cínica. Puesto que en realidad niega con puntillosidad todos y cada uno de los métodos que precisamente el kirchnerismo ha puesto de moda.
Ya se sabe. Por el pico muere la perdiz.
(*) Por Jorge Fernández Díaz
No hay comentarios:
Publicar un comentario